lunes, 30 de noviembre de 2015

A FAVOR DE LO ETERNO




            Un discípulo traidor. ¡Qué terrible el haberse ganado esa reputación! Sin embargo, así lo conocemos a Judas; así lo consideramos. Nos parece condenable que él podría haber pasado tanto tiempo con Jesús, haber visto todo lo que hizo y haber escuchado todo lo que dijo y aún así entregarlo a la muerte. Quiero analizar este personaje porque estoy convencida de que hay más para aprender de él de lo que imaginamos.

            Judas fue el único de los doce discípulos quien no venía de Galilea. No era un hombre cualquiera. Es por eso que Jesús le escogió para ser Su discípulo y ellos lo escogieron para ser el administrador de los fondos del grupo. Tenía talento y potencial. Me pregunto si al llamar a Judas, Jesús ya sabía qué haría este al final.

            Qué triste es el haber tenido la oportunidad de pararse frente a Cristo y no verle de verdad. Judas tuvo la compañía del Maestro durante por lo menos tres años, y aún así no comprendió con el corazón qué significa “Mesías”. Tantas personas están en la misma situación – tienen a Jesús “en frente” y no le ven. Puede ser a través de la Palabra, la iglesia o alguien quien le habla o le testifica con su vida de Él. Sin embargo aunque pase mucho tiempo, no le ven a Jesús por quien realmente es: su Salvador.

            Somos muy rápidos en juzgarle a Judas. Nos resulta impensable lo que hizo y tomamos la postura “Yo no habría hecho eso”. Sin embargo, no somos tan diferentes a él. Fue susceptible y en gran manera víctima del gran engañador Satanás, quien miente y manipula. Estoy convencida de que Judas creía que hacía bien cuando aceptó las treinta monedas y besó a Jesús en la mejilla. Podrías preguntarme, “¿Qué Laura? ¿Cómo puede uno pensar que está haciendo bien cuando se trata de entregar a Cristo para que sea crucificado?” Voy a explicar.
Creo con todo mi corazón que él no dimensionó lo que hacía. Es más, como él no comprendió la magnitud de la situación él solo vio lo inmediato, lo que Israel necesitaba: un libertador del Imperio Romano. Sus ojos estaban fijos en la vida terrenal. Si tan solo habría levantado la vista, habría visto a un Rey eterno, quien trae libertad de la muerte eterna.

            Judas recibió treinta monedas de plata por entregar a  Jesús. ¿Fue eso lo que él quería? ¿Fueron esas monedas su motivación? Yo creo que no. Sospecho que su intención fue forzar la mano de Dios a tomar acción en contra de los romanos. Sabía que en el escenario del arresto, Jesús, quien tenía todo el poder a su disposición (no olvidemos que Judas había sido testigo ocular de los milagros de Jesús), se encontraría cara a cara con las fuerzas militares y gobernantes romanos. Creyó él de que el Mesías haría algo. ¿Por qué creyó eso? Lo creyó porque solo veía lo terrenal. Lo creyó porque el motivo de su propio corazón era la revolución terrenal. Su corazón estaba tan abocado en lo pasajero que ni se imaginó que había algo mucho mayor que ganar. Es que a veces estamos tan seguros de lo que debería pasar que pensamos que seguramente Dios hará lo que queremos.

            Judas fue víctima en el sentido de que fue usado por el enemigo para lograr el arresto y a consecuencia la muerte de Jesús. Fue un peón del enemigo. Él pensaba que iba a conseguir una cosa, cuando en realidad estaba siendo usado para hacer lo más vil de toda la historia.

            Esto explica la reacción de Judas en Mateo 27. “Cuando vio lo que había pasado…” ¿Puedes imaginar cómo se habrá sentido este hombre? De repente el velo se levanta de sus ojos. Se da cuenta que no sucedió lo que a él le pareció lógico; que el Maestro, su líder y ejemplo, no había hecho lo que él había calculado; y que Él había sido condenado a morir. ¡Qué terrible revelación! El Hijo de Dios ha sido condenado a muerte y fui yo quien ayudó a que sucediera.

            Entonces lleva las treinta monedas y las quiere devolver a los líderes judíos. “He pecado,” les dice. “He traicionado a un hombre inocente.” Comprendió y confesó. Esto es más de lo que muchos hacen. Tantas personas pecan y esconden su error. Creen que pueden hacer lo que se le da la gana y engañar a la gente. Judas confiesa su error. Reconoce que ha fallado. Cuánto dolor habrá sentido al darse cuenta que el Todopoderoso Hijo de Dios iba a la cruz y que él había sido instrumental en ponerlo ahí.

            ¡La respuesta de ellos habrá sido como un balde de agua helada! “Eso es tu problema.” ¿Será que en ese instante entendió lo que realmente había pasado? No puedo imaginar cómo se habrá sentido. Lo que hace a continuación demuestra su desesperación. Tira las monedas al piso del templo, sale corriendo y se ahorca en un campo.

            A medida que vengo escrudiñando esta historia tengo que confesar que me conmueve y me confronta. Durante tantos años he visto a Judas como el hombre malo, el peor de los peores, merecedor de esa muerte solitaria. Sin embargo, veo ahora que no soy mejor que él. Verás, él no fue el único quien contribuyó a que Jesús estuviera en esa cruz. Yo tuve mucho que ver también.

            Puedo imaginar a Satanás bailando alrededor de Judas mientras extiende la mano para recibir esas pocas monedas. Quizás se reía mientras decía, “¡Este tonto! Cree que va a conseguir lo que él quiere, cuando realmente van a hacer lo que YO quiero.” El enemigo pensó que la victoria era  suya y que Judas le había ayudado en llevar a Cristo a la muerte. Sabemos que nuestro Amado murió, pero no quedó allí. Él resucitó y es por siempre Victorioso.

            De la misma manera en que Satanás lo usó a Judas (quien, por cierto, se dejó usar porque nadie le obligó a hacerlo) él nos quiere engañar cada día. A menudo solo vemos lo de hoy y queremos dictarle a Dios lo que debe hacer, cuando el Señor nos está diciendo, “No es lo que tú quieres, sino lo que Yo sé es mejor. Solo ves el ahora, pero Yo estoy obrando a favor de la eternidad.”

            Este mundo está lleno de “Judases”: personas quienes, aunque tienen a Jesús en frente, no le ven. Quizás haya algunos en tu familia. Sé que los hay en la mía. Clamemos por ellos. Seamos evangelios andantes de Cristo – no porque vivimos citando las Escrituras, sino porque la manera en la que vivimos grita del amor de Dios.


            No podemos manipular a Dios; y debemos tener mucho cuidado de querer hacerlo ya que, al igual que este discípulo, podríamos terminar siendo manipulados. El Señor sabe lo que hace. Nunca falló en Sus propósitos. Sin importar cuán difícil o cuán gloriosa sea la situación por la cual estas atravesando, puedes estar seguro de que Él sabe lo que hace. Por favor, preste especial atención a esto: no necesitamos entender lo que Él está haciendo. Solo debemos tener fe en Aquel quien es digno de toda confianza. Pidamos al Señor sabiduría, discernimiento y fe. Quitemos nuestra vista de lo pasajero y comprendamos que Él está trabajando a favor de lo eterno.

lunes, 16 de noviembre de 2015

¿CÓMO REINA UNA MUJER?


¿Qué nena no jugó alguna vez a ser reina? Con mis hermanas solíamos jugar así. Un vestido largo, los tacones de mamá, un cetro hecho de una regla y una corona inventada era todo lo que se necesitaba para convertirse en monarca. Nos imaginábamos sentadas sobre un trono, gobernando con justicia y (obvio) incomparable belleza.

Ahora, unos cuántos años después, tengo una pregunta. ¿Cómo reina una mujer hoy? No me refiero a la reina de Inglaterra o de España. La verdad es que ellas ya no reinan como antes lo hacían las reinas. Me refiero a una realidad diferente. Soy hija del Rey. Por ende soy de la realeza. Considero que mi zona de influencia (hogar, trabajo, ministerio u otra) componen mi reino. ¿Cómo hago para reinar? Más importante ¿cómo puedo ser una excelente reina?

Betsabé llegó a ser reina bajo circunstancias difíciles. Ella había sido llamada al palacio por el Rey David, quien la había deseado al ver su belleza desde su tejado. Él la tomó y ella no estaba en condiciones de negarle lo que quería. Era mujer de otro hombre, un buen hombre llamado Urías, y todo indica que ella lo amaba; pero nadie podía negar al rey lo que ordenaba. Así fue que ella encargó el hijo del Rey David, que éste trató de engañar a su esposo para que pareciera que el bebé era de él, que como no funcionó esto David le mandó matar y que ella, después del periodo de luto, se convirtió en la esposa de David y reina de Israel. ¡Vaya circunstancias que pasó! Parece una telenovela. Betsabé perdió a ese bebé pero luego tuvo otro hijo, llamado Salomón, quien fue escogido por Dios para ser el sucesor de David.

Es ya hacia el final de la vida de David que encuentro algo que responde a mi pregunta. David ya era anciano y habían traído a una hermosa virgen para que le diera calor. La Biblia aclara que nunca tuvieron relaciones. Un día Adonías, hijo de David, trató de usurpar el trono al autoproclamarse rey. Entonces Betsabé va a la cámara de David. Ella sabe que él no está al tanto de lo que está pasando y que Dios había ordenado que Salomón fuera rey. Al entrar encuentra a su esposo con la jovencita. La verdad es que ella sabía de este acuerdo. Betsabé ya no era una jovencita enamorada. Era una mujer sabia y madura. Aún así no puedo evitar qué habrá significado para ella verle así a su esposo. ¿Será que le dolió? ¿Qué habrá pensado al verlos así? No lo sabemos porque ella no dijo nada. Con  sensatez ella se inclinó ante él y le habló, comenzando con  “Mi Señor…”. Presentó al rey la verdad. Le puso al tanto de todo con mucha seriedad y mansedumbre y luego, cuando avisan que ha llegado el profeta Natán a hablar con David, ella se retira.

¡Qué ejemplo de autodominio es esta mujer! Es en la imagen de ella parada fuera de las cámaras del rey que descubro un ejemplo a seguir. Ella no se desarma, aunque el futuro de su hijo, su nación y de ella misma está en juego. No zapatea ni amenaza. Habiendo hablado con el rey no intentó manipular la situación. No le hizo recordar de promesas hechas ni hizo uso de su posición de reina y madre del futuro rey. Simplemente presentó la verdad sabia y sencillamente y se retiró a esperar.

Lastimosamente debo decir que en mi vida he visto demasiadas veces cuán hábiles somos las mujeres en el arte de la manipulación. Sabemos lo que quiere el hombre y en milisegundos, a veces sin siquiera tener que calcular, hacemos y decimos aquello que va a llevar la situación a nuestro favor. Estamos al tanto de lo que nos corresponde y sin titubeos usamos nuestras habilidades femeninas a la perfección. Si eso falla, las cosas se pueden poner muy feas. Pregunto, ¿así es cómo actúa una reina?

Tantas veces he escuchado a mujeres casadas decir que a su esposo no le contó algo o solo le contó parte o directamente le dijo otra cosa que no sea la verdad. ¿Por qué? Porque se iba a enojar. O porque las cosas iban a terminar de tal forma (los conocemos bien y sabemos cuál será su decisión – o eso creemos). Las jovencitas a menudo hacen esto con sus padres. “Mamá no va a entender” o “Papá si sabe me saca el teléfono”. A veces, en discusiones con la gente nos hacemos de la víctima. “Vos me prometiste…” o “Vos nunca me das el gusto”. En síntesis, manipulamos.


Betsabé actuó con madurez y prudencia. Se rindió ante el rey, sin buscar lo suyo. Presentó su caso y se retiró. David escuchó al profeta quien confirmó lo que Betsabé le acababa de contar y él tomó una decisión a favor de Salomón. Pero ¿si no había sido así? No siempre salen las cosas como nosotras las querramos. La voluntad de Dios se hará. No necesita de tu ayuda para que se cumpla. Betsabé tomó sus riesgos sin buscar forzar los resultados. Se sometió y fue paciente. Confió en su Padre quién guió a David. Así es como actúa una reina.