lunes, 8 de abril de 2013

Mi Bici y Yo (Capítulo 2)


          


Miró alrededor. Todo era bello y resplandeciente. La iluminación del lugar era perfecta.  No era tan fuerte como para cansar, ni tan suave que no se podía observar los detalles del inmenso salón. Era un lugar muy cómodo, sin ser demasiado lujoso. Le pareció que la palabra “acogedor” le describía bien, aunque la decoración era bastante moderna. Mientras tomaba un paso cauteloso tras otro, se dio cuenta de algo: el lugar le atraía a ella. Era como si fuera que había sido decorado por ella, o para ella. Era tan grande que no podía ver hasta el otro lado, y tampoco podía discernir dónde se encontraba el Jefe Supremo. “Qué raro,” pensó. “Parece que no está.”
            “Aquí estoy,” dijo una voz. La voz parecía familiar. No lo dijo fuerte ni con enojo. Sonó más bien como la voz de un padre; o así lo imaginó ella. “Acércate, hija” le dijo. Repentinamente, todo su temor e inseguridad acerca de esta reunión se disipó. Caminó rápidamente hacia donde él se encontraba.
            Encontró al Jefe Supremo sentado en un enorme sillón. Sus piernas estaban cruzadas y en ellas descansaba un libro de apariencia antigua. No era viejo ni joven; y se dio cuenta que si tuviera que describir su edad, escogería la palabra “eterna”. Su rostro era amable aunque emanaba autoridad. Alrededor de sus ojos se veían pequeñas líneas – no arrugas, sino líneas de risa, como su mamá las llamaba. Sonrió él, y ella le respondió con una sonrisa genuina. “¿Puedo?” preguntó, indicando con un gesto el sillón que estaba al lado del suyo. “Claro que sí,” le respondió. “Lo puse ahí para ti.”
            Se sentó en el sillón amplio y se recostó un rato. Tuvo que admitir que no recordaba haberse sentido tan relajada desde hacía mucho tiempo. “¿Qué me quieres contar?” le preguntó el Jefe Supremo. “¿Cómo?” respondió ella. “Usted me llamó a mí. Pensé que yo iba a escucharle hoy a usted.” Sonrió él. “Hay mucho tiempo. Yo sé que hay muchas cosas en tu corazón que deseas derramar. Habla. Yo escucho.” Miró perpleja pero solo por un instante. El rostro, la voz y las palabras de él inspiraban confianza en su ser. Se abrió en ella una represa de sentimientos, experiencias y preguntas que comenzaron a salir despacio y luego como una torrente. Habló sin cansarse. Mientras ella lo hacía, él a veces sonreía; cuando ella derramaba lágrimas le sorprendió ver que él también lloraba; y cuando le contaba de sus experiencias más simpáticas, él se reía con gusto. Cuando miró de nuevo por la ventana se dio cuenta que ya era de noche. ¡No lo podía creer! “¡He estado hablando por horas!” dijo ella.
            Sonrió con satisfacción el Jefe Supremo. “Sí. ¿No es maravilloso? He esperado por mucho tiempo este encuentro.” Por primera vez en su vida se sintió llena. No podía decir con exactitud de qué estaba tan llena pero en su corazón sentía un calor que crecía a cada instante. De repente sintió que iba a explotar y las lágrimas corrieron por sus mejillas. “Lloras de gozo,” le dijo el Jefe Supremo. “¿Cómo sabes tanto de mi?” le preguntó ella. “Nada tiene sentido y a la vez todo es perfecto cuando estoy contigo.” “Es que te conozco mejor de lo que tú misma te conoces,” le respondió.  “Yo te vi cuando estabas en el vientre de tu mamá. Te vi nacer, crecer, equivocarte y vencer. Cuando tu papá se fue, yo lloré contigo y lloré también cada vez que te entregaste a quien no te merecía porque anhelabas el amor que tanta falta te hacía. Cuando decidiste cerrar tu corazón en un intento de evitar el dolor, yo estaba. He estado golpeando a la puerta de ese corazón lastimado por mucho tiempo.” Mientras él la hablaba, ella lloraba cada vez más fuerte. Cuando acabó, ella estaba sollozando. “Nadie sabe esas cosas de mi. Nunca lo conté a nadie. ¿Cómo me conoces tanto?” preguntó con intensidad. “He estado contigo, atento a tus necesidades, cada día de tu vida. Yo te conozco porque yo te hice,” le dijo. “Y te  hice muy bien. Eres maravillosa, bella y preciosa.” Entre los dos hubo un largo silencio mientras ella absorbía todo lo que había oído y él la esperaba con paciencia.
            Cuando ella la miró, él le dijo, “Lo que quisiera que me expliques, por favor es esto: ¿por qué sigues andando en esa vieja bici? ¿Acaso no te cansas de ella?” Le miró ella con sorpresa. “¿Quieres saber por qué ando en bici?” Asintió con la cabeza. “Bueno,” continuó ella, “la verdad es que…” De repente se dio cuenta ella que no sabía el por qué. “¿Será que yo te puedo preguntar algo?” dijo ella. “Por supuesto,” le respondió él. “Bueno… ¿Por qué te interesa mi bici?” Él se dio ligeramente la vuelta hacia ella y le explicó, “Todos los días usas tu bici. Es una parte muy importante de tu vida – tan importante que se ha convertido en el centro de tu vida.” Le miró ella, estupefacta. Quería discutir, deseaba justificar su amor por su bici, pero no existían palabras que lo harían satisfactoriamente. “De hecho,” continuó, “tanto le quieres que no ves que hay otras bicis muchos mejores, y otros medios de transporte más cómodos y rápidos.”
            En ella surgió el enojo y levantó la voz al decir, “!Es mí bici y no lo voy a cambiar! Lo compré con mi propia plata. ¡Lo he cuidado todos estos años y no hay otra bici como la mía!” Él la miró y con una sonrisa llena de amor le dijo, “Mi hija, yo tengo algo mucho mejor para ti. Solo debes estar dispuesta a dejar tu bici.” “¡No!” le gritó ella. “¡No voy a dártelo!” Dio la vuelta y corrió hacia la puerta. Lo último que escuchó a medida que se alejaba fueron sus palabras, “Siempre voy a querer lo mejor para ti.”
            Abrió con fuerza la puerta de la oficina y la secretaria del Jefe Supremo se levantó con un susto. Ni la miró la señora al pasar corriendo. Varias veces apretó enérgicamente el botón del ascensor. Estas se abrieron justo cuando ella estaba por ir corriendo por las escaleras. Se metió a la caja y se cerraron las puertas. Comenzó su descenso. A medida que caía el ascensor, las lágrimas brotaron en grandes chorros y comenzó a llorar amargamente. Se atajaba de la pared del ascensor y gemía, luchando con emociones acumulados durante años, que ahora habían surgido a la superficie encontrándola completamente desprovisto. Al llegar a la planta baja, se abrieron las puertas y ella corrió hacia la salida, hacia su bici.

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